Defiendo como el primero el carácter “genial” del español.
Improvisador y ocurrente es capaz de arreglar cualquier cosa con un trozo de cinta aislante y una cuerda.
Si de estudiar se trata, nada como arremangarse bajo el flexo la noche antes del examen.
Nos sobran todos los plazos porque nos basta con el último día de cada uno de ellos, todos apelotonados en la ventanilla real o virtual de turno.
En todos los trabajos “se fuma” se decía antes para justificar la remolonería laboral en la certeza de que, al final, el encargo que fuere más tarde o más temprano sería entregado.
Lo que te avisan para hoy estará mañana…. o pasado.
Como nos conocemos el percal, ya sabemos que antes o después, mejor o peor, al final todo se repara, se supera, se presenta y se entrega.
Pero el mundo no funciona así y, con el evidente grado de competitividad existente nosotros tampoco podemos seguir de esta guisa. Una cosa es la proverbial “genialidad” hispana puesta de manifiesto a lo largo de la historia por insignes personajes, y en el día a día por todos y cada uno de nosotros seres anónimos, y otra bien distinta la “chapuza” nacional en la que estamos metidos de hoz y coz.
La falta de profesionalidad nos desborda. Es difícil encontrar a cada uno en su sitio haciendo lo que debe y responsabilizándose de su trabajo bien hecho.
Más al contrario, la responsabilidad brilla por su ausencia y todo el mundo juega a tirar “balones fuera”. Nadie quiere hacerse cargo de ningún problema para buscar su solución y sobran voluntarios a la hora de plantear excusas para eximirse del asunto.
Es obvio que la crisis que nos atenaza tiene profundas raíces y de muy diversa índole. En mi opinión, una de sus ramificaciones no menor se encuentra en nosotros mismos. En nuestra falta de responsabilidad para desempeñar adecuadamente nuestras obligaciones ya sean profesionales, laborales, estudiantiles, sociales o familiares.
Todo lo que hacemos – y lo que no hacemos – es importante y hay que llevarlo a efecto con rigor, sentido común, seriedad, respeto y aprecio con atención y deferencia a lo que de ella afecta a los demás.
Todos somos necesarios para el progreso de nuestra sociedad. Tan importante es el que desempeña el escalón más sencillo como el Presidente del Gobierno. Todos aportamos al bien común y de todos se espera un trabajo bien hecho.
En definitiva, considero que el verdadero comienzo del cambio está en todos y cada uno de nosotros mismos. Si decidimos individualmente cambiar nos estaremos ganando colectivamente el progreso y el futuro y seremos de verdad y sin duda “geniales”.