martes, 18 de octubre de 2011

DIOS NO ES UNA METÁFORA

            Ayer, entre col y col, y como dejando caer la pregunta con el temor de obtener una respuesta que no quería oír, Estrella me preguntó: “Oye, ¿es verdad que Dios es una metáfora?”.
            Dudo que, por su edad, conozca con exactitud el recurso literario de la “metáfora” así que atribuyo su calificativo a esas antenas tan largas que tienen todos los niños para captar la información allende su campo visual.
            Aunque tan vez pueda deberse, cómo no, al intento de un adulto de “explicarle” quién es Dios.
            Sea cual fuere la razón, lo cierto es que una pregunta tan inocente me sugiere cómo es en realidad nuestra sociedad occidental y me proporciona una pista de porqué es tan decadente.
            Somos tan relativistas que abrazamos la filosofía de los sofistas retornando al siglo V: “El hombre es la medida de todas las cosas”.
            No hay verdades absolutas, todo depende de la percepción que cada uno tenga al respecto.
            Y como Dios eterno e infinito no se somete a nuestras insignificantes medidas, pues lo convertimos en una metáfora y asunto arreglado.
            Nos pasamos la vida haciendo actos de fe ridículos, creemos y confiamos necesariamente cada día en el buen criterio de miles de personas a quienes no conocemos y con las que mantenemos relaciones de interdependencia, desde el panadero, hasta quienes dirigen la central nuclear que nos proporciona la electricidad, pasando por el conductor del autobús, el médico que nos atiende, el ingeniero que ha proyectado el viaducto por el que circulamos… No les conocemos. Vemos su obra. Confiamos en que esté bien hecha.
            Y ¡qué decir de la tecnología!. ¿Cuántos de los que viajan en avión racionalizan cómo funciona, saben a qué leyes físicas y químicas tienen que agradecer su vuelo? ¿Confían en el piloto?.¿Qué sabemos de los ordenadores?, ¿quién es capaz de racionalizar internet?...
            Tenemos fe, hacemos permanentes actos de fe con seres de “nuestra medida” pero nuestra mente pacata nos impide abrir los ojos a mayores tamaños. Incapaces de mirar alrededor y admitir que la grandiosidad de nuestro planeta, escenario de nuestras vidas, la precisión de las leyes físicas, la indescriptible naturaleza, que la magnificencia del Universo…  no es de “nuestra medida”.

            Me bastó decirle a Estrella que pensara en las montañas y en los mares, llenos de vida, en el sol y la luna, en Saturno con su anillo y el enorme Júpiter, las galaxias… ¡en ella misma!. Y que sacara sus propias conclusiones. Sonrió y me miró con ojos limpios y tranquilos ajenos a la incertidumbre que mostró en su pregunta.

            Sinceramente concluyo que no vamos bien por este camino cuando, lejos de reconocer nuestra insignificancia, somos tan pobres de espíritu que preferimos convertir a Dios…. en una metáfora.

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