lunes, 16 de abril de 2012

¡VIVA EL REY!


Ya comprendo que es muy complicado disociar entre la persona y la institución.  Sobre todo cuando esa institución tiene un origen tan arcaico y además es hereditaria, pero tal vez sea la única forma de buscar una salida digna a una situación indignante.

Me confieso monárquica por convicción, y tengo aprecio personal hacia la persona de D. Juan Carlos. Tuvo una infancia muy dura, una juventud sacrificada e incierta, una madurez muy compleja y ahora una ancianidad llena de sobresaltos.

Me parece absurdo que haya que restregarle continuamente que vive a costa del presupuesto del Estado. ¡Faltaría más! ¡Anda que no hay mastuerzos por ahí sumergidos en el permanente anonimato para hacer nada y que viven como sanguijuelas a nuestras espaldas!

D. Juan Carlos ha estado siempre (o casi) a la altura de las circunstancias. Ha sabido de forma pragmática y efectiva conducir España desde una situación “atada y bien atada” hasta una democracia contrastada, y hasta excesiva diría yo al constatar que no todo puede someterse a la decisión de las urnas, por muy transparentes que estas parezcan.

Nos llevó “de la Ley a la Ley”, sin sobresaltos, conduciendo con acierto las energías y esfuerzos de todos. Y aquí estamos, con nuestros defectos y nuestras virtudes, y él también.

D. Juan Carlos se ha equivocado aceptando ir a la cacería, y como el diablo enreda que da gusto se ha metido un talegazo por las escaleras y así se ha hecho pública y notoria una canita al aire que, en estos momentos, ha sentado como un puñetazo en el píloro y con razón.

Pero ¿qué ha hecho el Rey?. Nada, ni bueno ni malo, Simplemente estaba en “stand by”. Era un viaje personal y privado. No se trataba de un viaje de Estado. El Rey no ha agarrado una borrachera en una Cumbre en Bruselas, ni le ha partido la cara a un colega, ni le ha mirado el escote a Merckel, ni tocado el culo a Carla Bruni…Ni Juan Carlos tampoco, por cierto ha hecho nada de eso, afirmación que no puede hacerse de otros Jefes de Estado.

Seamos sensatos que con las cosas de comer no se juega y, ahora mismo, entre pitos y flautas estamos poniendo toda la despensa en el tapete verde y como nos salga mal la apuesta las vamos a pasar muy, muy canutas y, ciertamente, en nuestra generación no estamos acostumbrados a pasar hambre.

2 comentarios:

  1. Si no se porque se han enfadado, todos hubiésemos hecho lo mismo.

    http://www.elconfidencial.com/espana/2012/04/15/la-princesa-corinna-saynwittgenstein-amiga-del-rey-organiza-cacerias-para-millonarios-96172/


    Matar un elefante. George Orwell

    “Por aquel entonces no sabía que para matar un elefante hay que disparar trazando una línea imaginaria de un oído a otro. Por lo tanto, ya que el elefante se encontraba de lado, debí haber apuntado directamente a un oído; en realidad, apunté varios centímetros por delante, pensando que el cerebro estaría algo avanzado.
    Cuando apreté el gatillo no oí la detonación ni sentí el culatazo —eso nunca sucede si el disparo da en el blanco—, pero sí escuché el infernal rugido de júbilo que se alzó de la multitud. En aquel instante, en un lapso de tiempo demasiado breve, habría cabido pensar, incluso para que la bala llegara a su destino, un cambio misterioso y terrible le sobrevino al elefante. No se movió ni cayó, pero se alteraron todas las líneas de su cuerpo. De pronto pareció abatido, encogido, inmensamente viejo, como si el horrible impacto de la bala lo hubiese paralizado sin derribarlo. Al final, después de un rato que pareció larguísimo —me atrevería a decir que pudieron haber sido cinco segundos— le fallaron las rodillas y cayó con flaccidez. Babeaba. Una enorme senilidad pareció apoderarse de él. Podría haberse imaginado que tenía miles de años. Volví a dispararle en el mismo lugar. Al segundo impacto no se desplomó sino que se puso en pie con desesperada lentitud y se mantuvo débilmente erguido, con las patas temblorosas y la cabeza gacha. Realicé un tercer disparo. Ése fue el que acabó con él. Pudo verse cómo la agonía le sacudía todo el cuerpo y le arrebataba las últimas fuerzas de las patas. Al caer, no obstante, pareció por un momento que se levantaba, ya que mientras las patas traseras se doblegaban bajo su peso, se irguió igual que una gran roca al despeñarse, con la trompa apuntando hacia el cielo como un árbol. Barritó, por primera y única vez. Y entonces se vino abajo, con el vientre hacia mí, y produjo un estrépito que pareció sacudir el suelo incluso donde yo estaba tumbado.
    Me levanté. Los birmanos ya me habían rebasado y se apresuraban a cruzar el lodazal. Era evidente que el elefante no volvería a levantarse, pero no estaba muerto. Respiraba de forma muy acompasada, con largos y sonoros jadeos, el enorme bulto de su flanco subía y bajaba con dolor. Tenía la boca muy abierta; alcancé a ver las profundas cavernas rosa pálido de la garganta. Esperé durante largo tiempo a que muriera, pero su respiración no se debilitaba. Por último descargué los dos tiros que me quedaban en el lugar donde pensé que estaría el corazón. La sangre espesa manó como terciopelo rojo, pero siguió sin morir. Ni siquiera se estremeció cuando lo alcanzaron los disparos, su torturada respiración continuó sin pausa. Se estaba muriendo, muy despacio y con gran agonía, pero en un mundo alejado de mí en el que ni siquiera una bala podía hacerle ya daño. Sentí que debía poner fin a aquel espantoso sonido. Era espantoso ver a la enorme bestia allí tumbada, incapaz de moverse y, aun así, incapaz de morir, y no lograr siquiera acabar con ella. Mandé a buscar mi rifle pequeño y le descerrajé un tiro tras otro en el corazón y por la garganta. No parecieron causar ningún efecto. Los torturados jadeos continuaron con tanta regularidad como el tictac de un reloj.”

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  2. menuda muestra de lameculismo por parte de una persona que dice promover espíritu crítico.

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